En la ciudad donde no hay mar
pero fue la tierra de conquistadores y marineros.
Donde no llega el tren a tiempo,
si no es que se quema.
El sitio preferente de vacaciones
para las supuestas cigüeñas de París.
Allí donde los siglos parecen no pasar
y humildemente pasan las estaciones.
Esta es mi ciudad.
Con su parte monumental,
que a todos transporta,
olvidando que están en la actualidad,
retrocediendo a su época dorada.
Es una grande olvidada.
Mejor así.
Para que la gentrificación no la consuma
como el cigarrillo
de un fumador empedernido,
que no disfruta si no que sacia su ansia.
Ella siempre parecía dormida.
Pero estoy viendo que tiene mucho color.
Se pinta de poesía con los micros y recitales.
Oyes a su gente recitar,
disfrute lírico acompañado de cerveza.
También le da colores la música.
Ya que un duende se ha escapado
poseyendo a sus gentes con guitarras e instrumentos.
Paseando el ritmo por cada rincón y parte.
Y es que San Jorge, nuestro patrón,
ya no solo escucha música en el Womad.
Porque ahora en su plaza corren brisas de notas
latiendo allí un hilo musical de felicidad y cante,
teniendo un sitio de encuentro las artes.
Donde conocerse los instrumentos
y crear conexiones sonoras
que te atraen como un imán,
que se carga de magnetismo musical.
Alegría con forma de notas
que me posee con energía
para querer volver a mi tierra,
que creen que está vacía.
Capea